EXPOSICIÓN FOTOGRÁFICA
Durante esta exposición que se llevo a cabo el día domingo en el zócalo de la ciudad, se dejaron ver grandes rostros los cuales quedaron tragicamente lastimados, esto después de algunos enfrentamientos con las autoridades.
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María Cristina*
María Cristina Carrión Wals
María Cristina es mi nombre. Así me bautizaron en honor a mi bisabuela, quien murió meses antes de que yo naciera. Crecí escuchando que la otra María Cristina estuvo muerta sólo un mes, porque cuando el espermatozoide de papá fecundó el óvulo de mamá, la bisabuela regresó a la familia.
Cuando tenía cinco años no me gustaba que me llamaran Cristina: prefería ser “Almita”. Me rebelaba a mi nombre con tanta desesperación, que mi madre pensó seriamente en cambiármelo ante un notario. Supongo que mi rechazo consistía en no querer ser como mi bisabuela, pues siempre que la veía en fotos, me asustaba mucho. Lo único que ella y yo tenemos en común es el nombre y el carácter mandón. Nada más.
Desde pequeña he sido muy traviesa e ingeniosa. Recuerdo a Patrick y a Phillipe, unos compañeros de mi hermana, la cual es 12 años mayor que yo, y que llegaron a México de Haití, sólo para estudiar en la universidad. Yo estaba fascinada con ellos pues jamás había visto un negro en mi vida, y ese día tenía dos enfrente. El caso es que la mañana siguiente tomé un frasco de Colorfiel, un líquido negro para bolear zapatos, y me lo embarré en la cara y los brazos y luego jalé a mi pobre hermano para completar el plan. Bajamos a la cocina y con una sonrisa que brillaba más que nunca, grité a mi madre: ¡Adivina quiénes somos! ¡Patrick y Phillipe!
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La otra María Cristina jamás lo hubiera hecho, pues era clasista y racista, además de que no permitía que alguien le diera la mano si ella no llevaba puestos sus guantes de satín, y no solamente por elegancia, sino porque le daba asco tocar a las personas. Es más, mi madre fue la única de sus nietos a la que besó alguna vez.
El tiempo pasó y volví a aceptarme como Cristina. De hecho, ahora me gusta tanto mi nombre, que se me hace absurdo habérmelo querido cambiar alguna vez. Ahora estoy segura de que la bisabuela y yo compartimos el María Cristina, pero, a diferencia de lo que me hicieron creer de pequeña, ella y yo somos almas completamente diferentes.
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